lunes, 29 de septiembre de 2008

LA SEGUNDA PARTE DE LA TRAGEDIA DE LOS METS


Aficionados y Fanáticos al "Rey de los Deportes": la debacle volvió a presentarse y aunque en ésta ocasión no fue precedida de una racha tan negativa como ocurrió el año pasado, resultó igual o peor de dolorosa, porque los Mets no pudieron despedir su estadio como hubiesen querido.
En el 2007, el colapso fue brutal. Perder una ventaja tan grande en las últimas dos semanas del calendario regular resultó tan histórico como inaceptable, pero la contratación de Johan Santana ayudó a aliviar las penas durante el invierno y a comenzar una nueva campaña habiendo "olvidado" ese gran fracaso, gracias al arribo del mejor brazo venezolano de nuestros días.
Hoy, 12 meses después, la historia se volvió a repetir y el descalabro resulta igual o más estrepitoso que el anterior, porque se demostró que la llegada de Santana no fue la solución. Y conste que el venezolano literalmente entregó la vida para la causa metropolitana, dejando claro que, más allá de los millones de dólares que aparezcan en el cheque, los verdaderos hombres dentro de un diamante de beisbol son los que salen a darlo todo, aún con tres días de descanso y aún teniendo que lanzar ruta completa para evitar la caída.
Lo que hizo el tovareño fue algo para los anales de la pelota, algo que los abuelos contarán a sus nietos luego de muchos años, una de esas hazañas que se ven una vez en la vida, pero ninguno de sus compañeros se comportó a la altura y el fracaso era inevitable.
Resulta ahora muy fácil señalar a los relevistas como los principales culpables de la eliminación de los Mets, pero sin dejar de lado que, efectivamente, el bullpen se cayó a pedazos, vale la pena hacer otras consideraciones que resultan igual de válidas.
Con excepción de Santana, Jerry Manuel no tenía abridores de confianza para la recta final en la última semana. Si tan solo hubiese tenido uno, le habría dado la pelota el sábado, guardando a Johan para el decisivo del domingo. Pero ni Oliver Pérez, ni Mike Pelfrey, ni el mismísimo Pedro Martínez, resultaron una opción viable que fuera capaz de mantener a su equipo en la pelea.
Y ni hablar de la ofensiva. El despertar de Carlos Delgado no alcanzó, la intermitencia de Beltrán terminó por pesar y lo más alarmante de todo: David Wright, llamado a ser el líder del equipo, el pelotero que será la imagen misma de la organización en los próximos años, resultó uno de los culpables principales en la caída.
Los números de Wright son extraordinarios. Termina la campaña con .302 en bateo, 33 cuadrangulares y 124 carreras producidas, uno de los mejores en todas las categorías ofensivas. Pero a la hora buena dejó mucho que desear. Bateando con presión, con hombres en posición anotadora durante la última semana, tuvo turnos al bat de muy poca calidad, y conste que no lo digo yo, pues él mismo fue el primero en admitirlo durante las entrevistas posteriores a los juegos.
Cerró su temporada yéndose de 4-0 en el juego decisivo, donde abrió la novena entrada siendo dominado con un elevado dentro del cuadro cuando su equipo necesitaba urgentemente de uno en base para aspirar al empate.
Lo preocupante de la situación de Wright es que se está pareciendo a su vecino del Bronx. El que también juega la tercera base, el que también "quema" la liga en la temporada regular, pero en los momentos importantes no responde con el palo oportuno.
El equipo se quedó en la orilla una vez más y en tanto la situación no cambie, David Wright comenzará a ser conocido como el A-Rod d
e los Mets.

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